La movilización del trabajador como respuesta a los retos derivados de los cambios sufridos por la pandemia de COVID-19 ha llevado a las organizaciones a afrontar el desarrollo e implementación de soluciones para la colaboración empresarial, la comunicación, etc., que debilitan la resiliencia cibernética, lo que conduce a una mayor exposición a las amenazas y, en un giro del destino, un paso atrás en la continuidad del negocio.

Las técnicas utilizadas por los atacantes que pretenden comprometer la seguridad de organizaciones y empresas son cada vez más refinadas y potentes. Ya no basta con proteger la red y sus elementos, sino que es necesario tener en cuenta los nuevos riesgos que pueden poner en jaque la seguridad corporativa.

Los principales riesgos a los que una organización está expuesta son, entre otros, el robo de datos, el espionaje, el fraude financiero, robos de identidad o ser parte de una botnet. El impacto de cualquier ataque de este tipo es enorme, y puede suponer desde problemas de disponibilidad de servicio, impacto financiero, de reputación o imagen hasta pérdida de competitividad.